Ya se preveía una mala campaña en cuanto a la cantidad de fruto, como así ha sido hasta el presente día. La escasez de agua de lluvia y la carencia de humedad en los suelos hizo mermar el cuaje, y consecuencia de esto ha sido una cosecha muy deficitaria.
Lo que “no se esperaba” era el rendimiento graso tan bajo, aunque también era de predecir. Tras el estado de estrés del olivo, dadas las extremadas y continuadas calores de este pasado verano, tampoco la lipogénesis ha tenido lugar como debiera. En los momentos claves de la transformación de los azúcares del fruto en grasa, el olivo tuvo que soportar interminables días de calor extremo con temperaturas entre 47 y 50ºC. El olivo entró en parada vegetativa en el momento clave para la creación de aceite en su fruto. Después, en el mes de octubre, vinieron las primeras aguas de lluvia, muy bien recibidas por el olivo; pero tan bien recibidas que tras tanta fatiga podríamos decir que entró en estado de descanso o relajación: después del suplicio le costó seguir con el ritmo propio de la fecha y culminar con la formación del aceite.
Lo anteriormente comentado ha provocado que los rendimientos grasos estén muy por debajo de lo habitual. Hace unos días, en un artículo, se podía leer que estimaban los rendimientos en 4 puntos por debajo de lo normal; pero me atrevo a señalar, por lo experimentado en nuestra almazara, que serán de 5 a 6 puntos por debajo de lo que se obtuvo en campañas anteriores “normalizadas”.
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